EDUCAR
LA IDENTIDAD FAMILIAR PARA FOMENTAR LA VALORACIÓN DEL PATRIMONIO
Esperanza Samaniego
García
Sumándome
al emocionante proyecto colaborativo «Vivimos nuestro patrimonio» impulsado por Mª Adela Camacho Manarel, directora de mi centro educativo, me propuse plantear
una experiencia educativa con el grupo del que soy cotutora, 3º de PMAR del IES
Las Lagunas. Quería que tomaran contacto y reflexionaran sobre su patrimonio familiar
para contribuir a asumir su identidad, forjada con múltiples referentes patrimoniales
históricos, sociales y culturales comunes, así como singulares.
Las
oportunidades educativas que ofrece el ámbito escolar para abordar el tema del patrimonio
e identidad, lo convierte en un escenario estratégico para alcanzar los
propósitos que me planteaba. Como señala Adela Camacho en el documento de
presentación de este proyecto, «el patrimonio representa nuestra riqueza
colectiva, nuestra identidad cultural, nuestra aportación a la civilización».
Mi
punto de partida fue que el alumnado indagara en primer lugar sobre el término
«patrimonio». Para mi sorpresa, la casi totalidad lo desconocía; solo un par de
alumnos señalaron que les sonaba de la asignatura de Historia (¡estaba segura
de que lo habían trabajado durante la escolaridad!). Tenía claro que debía
empezar entonces por ahí, pues «lo no nombrado, no existe». Era preciso buscar
información sobre el concepto de partida. Pedí entonces a los alumnos y alumnas
que investigaran qué significaba. Para ello podían utilizar cualquier fuente, si
bien les recomendé que prioritariamente preguntaran a algún miembro de la
familiar o lo consultaran a algún docente.
La primera actividad que planteamos en el grupo después de la pequeña investigación fue la realización en clase de una lluvia de ideas sobre el término patrimonio. En la imagen que acompaña este texto están las palabras que se expusieron en un primer momento. El concepto se enriquecía... ¡Íbamos por buen camino!
También
yo indagué sobre el origen etimológico de la palabra, poniendo en valor al
alumnado el gran legado latino de nuestra lengua. Someramente les expliqué a
los alumnos y alumnas que la palabra «patrimonio» viene del latín «patri» (padre) y «monium» (recibido), que significa «lo recibido por línea paterna».
El
concepto de patrimonio se remonta al derecho romano temprano, donde constituía
la propiedad heredable de los patricios, que se transmitía de generación en
generación y a la cual todos los miembros de una familia tenían derecho. Lo
curioso es que el dominio de esa propiedad no era de ningún individuo en
particular, sino de la familia como tal. Y a través de las generaciones dicha
familia podía disponer de los bienes libremente, pero estaba bajo la obligación
de preservarla y aumentarla en la medida de lo posible. Como es conocido, la
gestión de estos bienes la llevaba a cabo el «pater familias», término que ha calado en las sociedades
occidentales, eminentemente patriarcales.
El
término «bienes culturales» iba cobrando fuerza en el concepto de patrimonio
del alumnado, el que definimos de forma sencilla como un conjunto de bienes,
tanto materiales como intangibles, acumulados a lo largo del tiempo. Por
supuesto, estos bienes podían tener múltiples manifestaciones: artística,
arqueológica, documental, científica… pero también podían ser naturales,
espacios naturales que por su valor histórico o ecosistema debían ser
protegidos.
Les
hice ver que las entidades que identifican y clasifican determinados bienes
como relevantes para la cultura de un pueblo, de una región o de toda la
humanidad velan también por la protección de esos bienes, de forma que sean
preservados para generaciones futuras, como legado para ser vivido y sentido,
pero también como legado para ser cuidado y difundido.
Someramente
les expliqué en ese momento que la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) adoptó la Convención sobre la
Protección del patrimonio Cultural y Natural en 1972, cuyo objetivo fue
promover la identificación, protección y preservación del patrimonio cultural y
natural considerado especialmente valioso para la humanidad. Salió entonces el reciente
ejemplo de los Dólmenes de Antequera (2016).
Continuamos
con varios ejemplos de patrimonio natural y cultural de valor excepcional.
Hicimos entonces una lista poco exhaustiva de los monumentos patrimoniales más
relevantes de la provincia y comunidad autónoma. Tenían en mente los museos
artísticos más representativos de Málaga (Picasso, Thyssen, Pompidou),
monumentos históricos (Alcanzaba, Teatro romano, los Dólmenes de Antequera),
pero les resultaba más complicado concretar sitios de valor natural. No
obstante, lograron señalar varias sierras y parques naturales de la provincia
(los Montes de Málaga, la Sierra de las Nieves, Sierra Bermeja, los parajes del
Torcal de Antequera).
Así
llegamos a una diferenciación de los niveles del patrimonio: además del mundial, el nacional y el regional o
local, también podíamos incluir el familiar. Todos los alumnos y alumnas eran
más o menos conscientes de que habíamos recibido una herencia cultural que se
transmite generacionalmente.
Me
interesaba explicarles que la UNESCO amplió el concepto de patrimonio en el año
2003, año en el que recogió y, paradójicamente, visibilizó el concepto de «patrimonio
cultural inmaterial». Este fue definido como los usos, representaciones,
expresiones, conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos,
artefactos y espacios culturales que son inherentes- que las comunidades, los
grupos y, en algunos casos, los individuos reconocen como parte de su
patrimonio cultural. Un ejemplo paradigmático para el alumnado de este tipo de
patrimonio es el flamenco, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en el
año 2010.
El
alumnado ya tomaba conciencia de que no todo el legado trasmitido era tangible.
Esta era una idea central. Poco a poco, me iba acercando a ese concepto de patrimonio
cultural inmaterial. Dicho patrimonio, trasmitido de generación en generación,
es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno,
su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento
de identidad y continuidad, y contribuyendo a promover el respeto a la
diversidad cultural y la creatividad humana.
El
paso siguiente de la experiencia educativa era ayudarles a comprender que las
personas y sus comunidades constituyen el verdadero patrimonio cultural. Y estas,
a su vez, son depositarias de ese patrimonio, y son las que tienen la
obligación moral de protegerlo, recrearlo y disfrutarlo como uno de sus
derechos fundamentales.
El
patrimonio se convierte de esta forma en la fuente de nuestra identidad
personal y social. La finalidad educativa de la reflexión sobre el patrimonio
cultural familiar es la de fomentar el conocimiento y valoración de «nuestro
patrimonio particular», para desarrollar una conciencia más profunda de
nosotros mismos y comprender la riqueza del patrimonio de los demás. Aprender a
respetar el patrimonio familiar posibilita una puerta al diálogo y convivencia
con los demás.
Este
dialogo resulta fundamental para la configuración de nuestra identidad. Esta se
construye subjetivamente en un proceso de intercambio y comparación en el que
se lleva a cabo la toma de conciencia de las diferencias y similitudes con los
demás. Por ello, la propuesta educativa con el alumnado para fomentar la
conciencia del patrimonio familiar –constituido por aquellos bienes muebles, inmuebles
y objetos valiosos así como las tradiciones, apellidos y rasgos característicos
que distinguen a su familia de otras- ha sido algo tan sencillo como
proporcionar el espacio y cuidar el ambiente para contar su propia historia.
Les
pedí en primer lugar que escribieran su propia autobiografía, incluyendo tanto
la historia personal (cuándo y dónde nacieron, los hermanos y las hermanas, los
hechos significativos de la infancia…) como la de su familia (sus tradiciones,
costumbres, anécdotas, curiosidades, etc.); segundo, que crearan un árbol
genealógico con, al menos, tres generaciones. Quise que los realizaran de
manera individual en casa (con el propósito de que pudieran indagar con su
familia sobre su familia y promover el diálogo sobre el legado familiar y la
historia de los antepasados). Por supuesto, dejé al margen el tema de los bienes
del patrimonio familiar. Iba de lleno a ese legado intangible más o menos
conocido y reconocido por ellos.
El
desarrollo de la actividad en el aula consistió en el intercambio de esas
peculiaridades familiares que constituyen el patrimonio cultural inmaterial
familiar para la toma de conciencia de esa también particular identidad que les
diferencia y, a su vez, los identifica con las demás porque también comparten
un patrimonio local, nacional y mundial.
La mayoría de
alumnos y alumnas trajeron elaborado con esmero para la sesión de tutoría su
árbol genealógico. La casi totalidad incluye a sus bisabuelos (¡para mí
sorpresa algunos viven todavía!), y hay quienes —en su labor investigadora— van
más allá y recogen a sus tatarabuelos y tatarabuelas. Comenzamos hablando de
los nombres puestos en la familia y de cuánto se repiten en la genealogía. En
esta generación las repeticiones son algo menos frecuentes. Hay algún nombre
moderno. Reflexionamos sobre lo que conlleva recibir esa herencia nominal. En
general, les gusta llevarlo; les aporta sentimiento de pertenencia a la
familia, pero también les pesa.
Alumnos y alumas de 3º PMAR |
A continuación, hablamos del número de hijos e hijas
habitual en cada generación (¡qué disminución tan drástica en la mayoría de los
casos!) así como de las profesiones y enfermedades que se repiten. Entre las
profesiones más habituales señalan las de pintor/a, agricultor/a, peluquero/a,
docente y abogado/a. Entre las enfermedades más repetidas o hereditarias, se
mencionan las cardiopatías, las alergias y el cáncer.
Son pocos
quienes elaboran de forma previa el documento personal sobre el patrimonio
familiar. Abrimos el espacio tímidamente leyendo estos textos. Enseguida
pasamos a la expresión oral libre y se animan progresivamente a participar.
Abordamos en primer lugar los orígenes geográficos de la familia. Un
significativo número de casos de casos tiene antepasados emigrantes de Francia
y, de forma más escasa, de Marruecos y de Alemania. Casi ninguno sabe el idioma
del país extranjero (han nacido y crecido en España) pero valoran su
conocimiento, entre otros motivos, para poder mantener vínculos con sus
familiares extranjeros (¡qué buena ocasión de viajar!). Hay quienes proceden de
otra provincia (Córdoba y Sevilla) y se han afincado aquí. Los movimientos geográficos
se han debido sobre todo a la búsqueda de trabajo.
El tema
gastronómico es muy bien acogido entre el alumnado. Todas "las
casas" tienen sus especialidades: el arroz, la paella o el perol, el
puchero, las croquetas, la tortilla de patata, el cordero o pastel de carne...
casi siempre de la abuela, del abuelo o de su madre. Se aprecia poca disparidad
culinaria. La diferencia básica se basa en los platos empleados en la
celebración de fiestas religiosas (la gran mayoría del alumnado es cristiano
pero una minoría es musulmana). Entre los postres, destacan las rosquillas, el
flan y los pestiños.
Abriendo paso a
los temas de más intimidad, comentamos algunas tradiciones de las familias.
Patricia afirma que "una tradición de mi familia es comer siempre los
domingos paella". De manera similar, Iván señala que “los fines de semana
nos reunimos todos en el campo para comer”. Lucía explica que “su familia siempre
que puede se va al campo”, y añade
que “somos una familia muy unida”. Alejandro comenta que, “sobre todo los
veranos, se reúnen en el campo de su
abuela Nati”. Estos encuentros entre los miembros de la familia extensa son
habituales, sobre todo, en días de fiesta, donde la comida y la bebida cobran
protagonismo. En algunos eventos se baila y canta, como es el caso de la
familia de Alba, que nos cuenta que “cuando hay una boda, normamente por parte
de la familia de mi padre, los hermanos de mi madre cantan”.
Preguntando
sobre los valores que explícitamente les transmite la familia, a la mayoría les
recomiendan esmerarse en los estudios para formarse y conseguir un buen
trabajo. Nos damos cuenta, al respecto, de que ningún abuelo ni abuela ha
cursado estudios postobligatorios. Pensamos en las nuevas oportunidades que se
les brindan. Natalia señala que a ella le aconsejan que sea económicamente
independiente. Este es un valor también habitual transmitido en esta generación
a las chicas. Ellas tienen expectativas de trabajar y no de ser en
exclusiva amas de casa. La mayoría se visualiza compatibilizando la vida
familiar y laboral en el futuro. Vemos, así pues, que ciertos aspectos van
cambiando de generación a generación y que todas las familias, sin excepción,
tienen un sello propio, una sentido de pertenencia.
Concluyo
subrayando que ha sido precioso escuchar sus historias y que me siento honrada
de que las hayan compartido. Me siento afortunada de haber podido dar ese
espacio en las sesiones de tutoría a las voces de las familias del alumnado,
las cuales hemos escuchado con mucha curiosidad y profundo respeto. Después de
todo y en consonancia con la Pedagogía sistémica, detrás de cada alumno y
alumna están su padre y su madre, sus antepasados, su historia y su contexto
sociocultural. Tomar conciencia de ello enriquece nuestra mirada del alumnado y
legitima el lugar tan privilegiado de las familias en nuestra conjunta labor
educativa.
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